
La arquitectura de una media naranja
Invertir en bienes raíces es clave en tiempos de incertidumbre. Remodelar mejora el valor de las propiedades, integrando sostenibilidad, eficiencia y diseño estratégico.
Por Facundo Baudoin, Arquitecto, CEO de la consultora Baudoin Arquitectos C.A
El Genesis 2:2 reza más o menos, “El cielo y la tierra, y todo lo que hay en ellos, quedaron terminados.” La resolución culminada de la hazaña descrita por el pasaje bíblico, sin duda alude a la redondez irreductible y completa de nuestro planeta. Esto me recuerda la usual recomendación de los más conservadores asesores económicos cuando señalan que la mejor inversión es en bienes raíces, pues sólo hay un planeta tierra.
Y si bien no es la primera vez que señalo el tema, la reciente caída de la bosa de valores de Estados Unidos, ha remarcado la incertidumbre de una posible recesión generalizada. De este hecho han surgido distintos análisis, que van desde una comparativa con las disputas arancelarias de 1920 y su consecuente colapso económico; y por otro lado los que opinan que en realidad detrás de esta conducta esta la idea de la devaluación del dólar para que así la primera economía del mundo pueda competir en el mercado global y a la vez poder pagar su deuda interna.
Sea cual sea la interpretación, está claro que la moneda del mayor intercambio comercial, no será el mejor resguardo de nuestros activos. Aun así, resulta mucho más sólida esta que la de usar nuestra opción local. Sin embargo, vale la pena retomar la idea de invertir en bienes raíces. Dentro de esta alternativa quiero centrarme en la remodelación como inversión. Argumento mi propuesta.
Como Baudoin Arquitectos, defiendo la necesidad de entender que el habitar y el mantener se conjugan como parte del vivir. Por ejemplo, abastecerse, cocinar, “poner la mesa”, compartir la comida para luego limpiar y recoger, son parte de una misma cosa; el habitar. Así la arquitectura debe contemplar todo el proceso y las cualidades de los espacios para que estas acciones sean, no solo funcionales y eficientes, sino que a su vez permitan el accidente cotidiano que queda en la memoria, con sabores, luces, texturas y momento intangibles de lo sanamente indescriptible. Momentos de lo mismo que nunca son iguales y a los que siempre queremos volver.
El norte de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra está urbanizado principalmente por condominios cerrados de parcelas en medianeras con viviendas unifamiliares de uno o dos niveles con retiros, frontal para el uso de parqueo y de fondo para jardín o patio.
Un cliente quería remodelar y ampliar en lo posible su casa. Siendo una familia típica de clase media, buscaba poder tener un espacio independiente que le permitiese alojar a uno de sus hijos una vez este se independizase. Es así que surge lo que denominamos como la media naranja.
El proyecto se ubicó en el fondo de la parcela con una sola agua compacta que cumpliese las necesidades de un pequeño departamento. Contando con dos habitaciones, un baño con lavandería, cocina de tipo americano y salón comedor se obtuvo un diseño atractivo de una espacialidad simple y novedosa.
La media naranja es una remodelación estratégica que con una inversión no superior a los 20 mil dólares permitió la ampliación del programa de usos de la vivienda con una revalorización que mínimamente supera el doble del costo invertido. Es un proyecto que permite además la posibilidad de un anexo independiente alquilable para obtener una renta fija.
Y es que apostar por la sostenibilidad no es sólo un asunto de pensar en el tan manipulado concepto de lo verde. La sostenibilidad tiene mucho más que ver con la toma de decisiones estratégicas que permitan que el cotidiano de lo establecido se pueda mínimamente mantener en el tiempo e incluso generar plusvalía de distinta índole.
Es así que por ejemplo en otros proyectos de la oficina en el Urubó, la recolección de agua de lluvia, del mantenimiento de las piscinas, y del tratamiento de aguas, se concilian perfectamente con el ahorro del gasto del riego automatizado de jardines, en el que los volúmenes de servicio se vuelven parte del paisajismo, y se evita la contaminación del suelo por pozo sépticos.
Así también el entendimiento del medio en el que vivimos, se vuelve una oportunidad de diseño en el que materiales locales dialogan de manera eficiente con el ahorro energético, la termodinámica del trópico y el digno envejecimiento de acabados terminados como el ladrillo. Una oportunidad para generar la grandiosa sombra que define nuestra geografía y el paso del tiempo a partir de galerías y celosías convertidas tamices de luz cual relojes de arena.
Por esto me atrevo a decir que la sostenibilidad es una palabra intrínseca desde siempre al concepto de la arquitectura. Que la arquitectura es una disciplina vinculada al arte de capturar momentos y generar situaciones amables y hechos estéticos que persisten en nuestra memoria en la medida que no los podemos descifrar del todo. Y es esta característica la que permite todos los días volver al reto de poder descubrir la experiencia (sin lograrlo del todo) en el marco de una vida cada vez más llevadera, en la que siempre es hoy y nadie nos quita lo bailado.