
Sombras de un ciclista en el suelo
Hannah Arendt alertó sobre la “banalidad del mal”: el peligro de la indiferencia y la burocracia. Hoy, ciclistas sufren esa negligencia en infraestructuras mal diseñadas, autoridades indiferentes y discursos violentos.
Por Facundo Baudoin, Arquitecto, CEO de la consultora Baudoin Arquitectos C.A
En 1961 Hanna Arendt fue corresponsal para el diario The New Yorker en el juicio al nazi Adolf Eichmann. De sus artículos derivó un concepto: “la banalidad del mal”. La filósofa realizó una crítica profunda y aguda a la sociedad que conjugó el holocausto. No sólo a los nazis ejecutores, también a todo aquel que pudo hacer algo en contra de aquella terrible situación y no lo hizo por x o y razón. Esto cayó de forma dura sobre una parte de la comunidad y gobierno judío de entonces. Sin embargo, hoy, no sólo se entiende lo contundente de su concepto, sino además lo importante de prevenirlo de la supuesta burocracia y del individualismo atenta contra la propia sociedad.
Durante el juicio el acusado dijo una y otra vez que lo único que hizo fue seguir intrusiones de sus superiores, sin apretar ni un gatillo (había sido uno de los gestores y planificadores de la solución final). Con una y otra declaración y testigos, la escritora constato que estaba en frente de un hombre común, con esposa e hijos, como muchos otros. Al ser consultada si en el enjuiciado había encontrado un monstro, respondió: No, no en el sentido clásico. El mal más grande del mundo puede ser cometido por cualquiera, no hace falta ningún motivo, o maldad desmedida, o condiciones de algún tipo, hace falta solamente negarse a ser persona, es decir negarse a pensar de manera crítica sobre los hechos realizados. De otra manera pequeñas acciones teñidas de burocracia, solas o encadenadas unas a las otras pueden generar el mayor mal de este mundo. Por eso es banal, porque atenta contra el propio individuo capaz de pensar y cuestionarse en su pasividad o accionar frete a los hechos que observa o realiza.
Es así, que quiero ser objetivo en el señalamiento. Me referiré a tres ejemplos distintos y concretos del tema:
A. Cualquier ciclista que frecuente el Urubó, notó la diferencia antes y después de la ciclovía en el puente Foianini.
a. Antes se cruzaba transversalmente el cuarto anillo siguiendo la ruta y dirección de los vehículos automotores. Esto era algo ajustado y peligroso, pero no trascendía como diferencia con el resto de la ruta hasta llegar a Porongo. La presencia de semáforos en la intercepción permitía al menos el paralelismo en la circulación evitando el choque trasversal entre ciclistas y automotores.
b. Actualmente hay una peatonal y ciclovía, se ven con frecuencia cristales de botellas rotas tiradas por algún desafortunado transeúnte. No es extraño encontrar vehículos ocupándola como vía de auxilio, o más común transitada por motorizados que quiere un carril amplio y expedito. Así los ciclistas tienen que circular onduladamente, sorteando los obstáculos mencionados, como intrusos en este espacio.
c. Pero lo más peligroso es, tratar de entrar o salir de este corto tramo mal llamado ciclovía:
i. Para poder acceder desde Santa Cruz, tienes que franquear el cuarto anillo de manera diagonal y en contra ruta, primero tres carriles en un sentido para luego tres carriles más y un hombrillo usualmente lleno de vehículos de trasporte público. Esta situación ha sido realizada de manera tan consiente que al inicio de la ciclovía aparece una línea de ojos de gato reflectivos indicando el comienzo desarticulado de la misma.
ii. Igualmente poder salir de ella exige ya no sólo esquivar los ojos de gato sino también los vehículos subiendo a velocidad de la subida de frente al Hotel Radisson se incorporan sin visión horizontal y a través de una rotonda a la vía del puente. Así entrar o salir de este tan mal planificado trecho es una ruleta tendida a la suerte de quien se apiada de peatones o ciclistas atravesando raudos y veloces una calle que les carga con la culpa de su existencia en un lugar equivocado.
iii. Y para cerrar el punto, si acaso de verdad hubiera interés por hacer las cosas bien. No tendría que estar la ciclovía en el centro de los dos carriles vehiculares, donde aún sobra espacio, es más cómoda, de fácil acceso y acompañada por vegetación existente. Tendría mejor mantenimiento, y sobre todo posibilidades de articular la ciclovía dibujada (esta vez sí en el centro) sobre la calzada de la AV. San Martín, pudiéndose seguir ampliando más allá del segundo anillo. Aquí se hace evidente la ausencia de interés de quien diseño el puente por reconocer a ciclistas y menos a peatones.
B. Hoy en día, la alcaldía hizo eco del diseño y posterior construcción de una ciclovía en nuestra ciudad. Cabe preguntarse entonces, de qué manera se está planificando esta vialidad. Bajo qué estudios se contemplan los orígenes y destinos de los usuarios que la transitarán por ella. Con qué interlocutores, usuarios del espacio público, técnicos, colegiaturas, grupos ciclistas y sociedad civil se realizan sus trazos. Y sobre todo con que se articula y de qué manera se hacen los nodos de cabio de uso de trasporte. No se ha escuchado del tema, más que como una denuncia y esto preocupa, pues un ciclista no es un deportista que practica un deporte. No, un ciclista es una persona que usa una bicicleta, ya sea como medio de trasporte o de manera recreativa. Por eso una ciclovía debe poder articular con estacionamientos, espacios públicos, trasporte público, etc. y estos espacios deben tener la correspondencia con los usos que sostienen.
C. Finalmente denunciar a autoridades que lean esta nota, al Ticktoker @lauchaferreyra que abiertamente invita e incita al odio y la violencia sobre corredores y ciclistas en el espacio público. Personas como este antisocial promueven y ejercen la violencia real sobre usuarios del espacio público, y deben ser denunciados ante las autoridades.
Ya son suficientes muertos, heridos y situaciones de agresión como para permanecer callados, como ciudadanos, ciclistas, dirigentes u otros. Seamos responsables hagamos algo por tod@s.